Matías Pérez era un piloto y brújula portugués, que luego se
convirtió en toldero. El “rey de los toldos”, como se le reconoció, fue el
mejor de La Habana, pues en las calles Mercaderes, Obispo y Muralla, las tres
principales de su época, relumbraban sus toldos.
Gracias
a la huella que dejó en la memoria colectiva de los habitantes de la Isla y lo extraño
de su desaparición quedó su destino recordado en el refranero popular como
aprendizaje constante de los peligros que acarrea la intrepidez humana y para
designar aquello que desaparece sin dejar rastro. “Voló como Matías
Pérez”, frase arrullada desde el siglo XIX, intensamente cubana pero
protagonizada por un foráneo (portugués), se arraigó en nuestra lengua como un
ejemplo más del ingenio de un pueblo que, para esa época, estaba en la búsqueda
y conformación de su identidad nacional.
La
Habana de esos tiempos experimentaba celebrar importantes acontecimientos o
fiestas lanzando un globo sin pasajeros desde alguna renombrada casa de familia
ilustre y pudiente de la sociedad. Sin embargo, en 1828, en el segundo día de
las fiestas con motivo de la inauguración de El Templete, el
intrépido francés Eugenio Robertson se elevó en un globo, sobre la Plaza de
Toros por 25 minutos, saludando tranquilamente al público y sacudiendo un
pañuelo de colores.
De esta manera,
se demostraba el espíritu desafiante y científico, pero a la vez, romántico y
soñador de la época. La moda de estos espectáculos cobró fuerza, desatándose
una verdadera fiebre por estos aparatos voladores. En algunas de ellas se
presenciaron accidentes desagradables como el ocurrido al señor Mr. J. Johnson,
quien ascendió en un globo, desde el circo de Pubillones, instalado detrás del
Payret, apenas se elevó el aeróstato, se enredó en el alumbrado y cayó desde
doce o catorce metros de altura, estrellándose contra los adoquines de la calle
en presencia de parte de su familia.
A pesar de los terribles
accidentes, Matías Pérez se entusiasma por los adelantos de la aeronáutica y
pide al francés Godard, maestro teórico y práctico en esas lides, que le
admitiese como auxiliar en sus ascensiones. Matías Pérez llega a desarrollar
tal maestría, tino y seguridad en esos asuntos, que desde el primer día queda
adscrito a la tripulación de La ville de Paris.
Ya tenía vasta
experiencia en las ascensiones cuando anunció una por cuenta propia. Para ello
le compró a Godard La ville de Paris por el
precio de mil doscientos cincuenta pesos fuertes. Los espectadores presenciaron
la primera subida del portugués desde el Campo de Marte al cielo de La Habana.
Esta subida por poco terminó en desgracia, al quedársele abierto al piloto una
válvula de inflación que hacía descender el artefacto demasiado rápido.
La
segunda y definitiva salida del toldero Matías no fue menos célebre e
infortunada. Aproximadamente en junio de 1856 (la fecha exacta aún se discute),
con salida desde el mismo lugar, Campo de Marte, a las 4 de la tarde, se elevó,
esta vez con el viento soplando muy fuerte desde el sudeste en gran vendaval y
cielo encapotado, dirigiéndose peligrosamente hacia el mar. Pasó por la
Chorrera, en donde unos pescadores le gritaron que bajase, para luego
auxiliarlo con sus botes a lo que el portugués les contestó arrojando varios
saquillos de arena e internándose rápidamente en el mar, pues al parecer no los
vio, ni oyó. Fue ese el último avistamiento del aeronauta de quien no se supo
nada más. A pesar de infructuosas búsquedas realizadas por las autoridades no
se halló ni rastro de su aerostato. Así Matías Pérez desapareció para siempre
de forma trágica y sin dejar huella.
Tras su salida
inesperada, comenzaron los rumores por la inquietante ciudad. Se dijo que el
hombre pudo ser fulminado por un rayo, tragado por los tiburones, despedazado
entre feroces indios de cualquier isla del Caribe, erigido cacique de alguna
tribu en Yucatán e incluso se habló hasta de un posible suicidio por amor, pues
el supuesto despechado no querría volver a encontrarse con su amada después de
sentirse rechazado. Lo cierto es que nunca más se supo del desdichado portugués
quien fue sin dudas una de las primeras víctimas de la aeronáutica en Cuba.
Matías
Pérez quedó como parte indisoluble de la idiosincrasia del cubano y de su
identidad cuando el misterio de su final se transformó en “choteo” y su trágica
desaparición quedó en nuestra memoria colectiva mal parada a pesar de ser uno
de los pioneros de la aviación cubana, pues vino a simbolizar la brevedad de
nuestros entusiasmos, junto con la presteza con lo que enfrentamos cualquier
tipo de empresas incluso las más difíciles y arriesgadas. Fue un soñador
necesitado de los fuertes placeres del peligro, que tal vez encontró una
horrible muerte en pleno mar, náufrago y solitario.
De esta
manera se perpetuó en la historia del habla popular y voló como Matías Pérez…